jueves, 21 de diciembre de 2017

El Matrimonio según los Padres de la Iglesia - 1 de 5


Como es de público conocimiento, se ha originado un debate acerca de la firmeza y estabilidad del matrimonio[1]. El Cardenal Walter Kasper, seguido por muchos teólogos y pastores, propone, en contra de la doctrina tradicional de la Iglesia, que los divorciados en nueva unión puedan, en determinados casos concretos, recibir los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía, viviendo como cónyuges. Se deberían cumplir ciertas normas (“preceptos de hombres”, según dice el mismo Señor en Mc. 7, 7, hablando a los fariseos, lo que nos recuerda la oración compuesta por el p. Castellani), que él ha expuesto en un discurso durante el Consistorio de febrero de 2014, en Roma, como introducción al Sínodo extraordinario para la Familia, realizado en octubre del año 2014.
Ha invocado, en ese momento y posteriormente, haciendo referencia a su propuesta, la autoridad de Orígenes, san Agustín, san Gregorio Magno y sobre todo la de Basilio Magno, y una cierta praxis benigna de la Iglesia Ortodoxa, llamada Oikonomía, que estaría fundamentada en una mirada más antigua (y, por ende, más pura) de la Iglesia.
Nada mejor, entonces, que realizar un análisis de muchos de los textos patrísticos, para conocer el genuino pensamiento de los Padres de la Iglesia sobre la cuestión.
“La Iglesia no saca solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas”[2], sino que también tiene en cuenta la Tradición viviente de la Iglesia, que es la enseñanza oral de la Palabra de Dios.
Dicha Tradición se manifiesta en los monumentos de arqueología sagrada, en los documentos litúrgicos y sobre todo en los textos de los Padres de la Iglesia.
“Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta Tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon de los libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente activa.”[3] Es decir, la enseñanza de los Padres es esencial para conocer el Canon bíblico (el conjunto de los libros inspirados) y para que sepamos interpretar adecuadamente la Sagrada Escritura.
Así, por ejemplo, ¿cómo interpretar aquel texto en el que se dice: “Yo os digo, quien repudia a su mujer salvo el caso de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio” (Mt. 19, 9)? ¿Qué significa “salvo el caso de adulterio”? Para evitar el libre examen de los protestantes, o el “dejarse zarandear por cualquier viento de doctrina, que conduce engañosamente al error” (Ef. 4, 14) tenemos la enseñanza patrística. Veremos que ellos son muy claros al respecto.
Pero para que los Padres de la Iglesia manifiesten la Tradición de la Iglesia es necesario que su testimonio sea unánime. Así lo definió la Iglesia en el Concilio Vaticano I: “Mas como quiera que hay algunos que exponen depravadamente lo que el santo Concilio de Trento, para reprimir a los ingenios petulantes, saludablemente decretó sobre la interpretación de la Escritura divina, Nos, renovando el mismo decreto, declaramos que su mente es que en materias de fe y costumbres que atañen a la edificación de la doctrina cristiana, ha de tenerse por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquel que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras santas; y, por tanto, a nadie es lícito interpretar la misma Escritura Sagrada contra este sentido ni tampoco contra el sentir unánime de los Padres.”[4] Cuando el consenso es unánime entre los Padres de la Iglesia en la interpretación de la Escritura, entonces su sentido está fijado por la Tradición de la Iglesia.
Son “Padres de la Iglesia” solamente a los que reúnen estas cuatro condiciones necesarias: ortodoxia de doctrina, santidad de vida, aprobación eclesiástica (al menos tácita) y antigüedad. Por lo tanto, su período llega hasta la muerte de San Gregorio Magno (+ 604) o de San Isidoro de Sevilla (+ 636) en Occidente; o bien hasta la muerte de San Juan Damasceno (+ 749) en Oriente. Todos los demás escritores son conocidos con el nombre de “escritores eclesiásticos”, en expresión acuñada por San Jerónimo[5].
Como sería sumamente extenso conocer todo lo que enseñan los Padres de la Iglesia sobre una materia determinada, he pensado en divulgar los textos que aparecen en el Enchiridion Patristicum.
Un Enchiridion es un manual al modo de un pequeño libro que resume una materia determinada. El más conocido es el Enchiridion Symbolorum, popularizado con el nombre de su primer editor, Denzinger[6], que sintetiza toda la enseñanza magisterial de dos mil años. Junto a él existen otros, como el Enchiridion Patristicum, Enchiridion Liturgicum, Enchiridion Marianum, etc.
El Enchiridion Patristicum es una compilación de las obras de los Padres realizada por Rouët de Journel. Este Enchiridion será el puñal para las tesis progresistas[7], defendidas por el Card. Kasper y sus secuaces, pues son ajenas a la Tradición de la Iglesia.
El texto contiene al final un índice que resume los temas de la teología: Religión revelada (Números 1 al 32), la Iglesia (33 al 64), la Sagrada Escritura (65 al 77), la Tradición (78 al 85), Dios Uno (86 al 140), Dios Trino (141 al 187), la Creación (168 al 236), las Virtudes (237 al 287), el Pecado (288 al 307), la Gracia Actual (308 al 352), la Gracia Habitual (353 al 372), el Verbo Encarnado (373 al 428), la Mariología (429 al 436), los Sacramentos (437 al 582) y los Novísimos (583 al 612).
Dentro de este esquema, al Matrimonio le corresponden los números que van desde el 568 al 582. Cada uno de ellos desarrolla un tema, con otro número que remite a los textos patrísticos, que se encuentran en el interior del libro. Sólo algunos están en negrita, para expresar que son más fundamentales.
Intentaré, con la gracia de Dios, dar a conocer en sucesivos artículos (para que no se haga demasiado extenso) todos los aportes de los Padres que aparecen en este libro sobre la materia en cuestión. Algunos textos aparecerán citados más de una vez, para facilitar su lectura[8].
568     Los fines del matrimonio son la generación de la prole, la ayuda mutua de los cónyuges y el remedio de la concupiscencia                       1094     1640     1642     1867     1869
569     De qué modo el matrimonio ha quedado inducido por el pecado de Adán       804       1150
570     El matrimonio cristiano es un verdadero sacramento   67        319       320       384       505       1094     1176         1249     1253     1640     1812     1867     1876     2108     2155     2189     2218     2374
571     Se perfecciona con el mutuo consenso de los cónyuges; por lo tanto hubo un verdadero  matrimonio entre María y José   1326     1361     1610     1868
572     El matrimonio realiza un vínculo absolutamente indisoluble     86        119       420       506       507       642         854       922       1002     1212     1308     1322     1351     1352     1388     1642     1861     1863     1867         2015     (2017)   2155     2297
573     Que ni siquiera en caso supuesto de adulterio uno de los cónyuges puede disolver                    86        507         642       854       922       1351     1861     1863
574     Se exceptúa, sin embargo, el caso del Apóstol  1190     1307
575     El sacramento del matrimonio produce un vínculo exclusivo    167       186       271       1097     1176     1322         2017     2189
576     Sin embargo, a veces en el antiguo testamento se toleraba la poliginia   1641     1867     2155
577     Sobre las segundas nupcias     88        167       366       1097     1349     1790
578     A la Iglesia compete determinar los impedimentos del matrimonio       918       2299     2301
579     No importa lo que en este caso establezca la ley humana                      1212     1308     1352     1867     2299
580     El voto de castidad impide el matrimonio subsiguiente 568       921       1115      1335     1378     (1789)   2015
581     Aunque el matrimonio sea lícito y bueno         1077     1115      1349     1361     1378     1876     2155     2374
582     Es preferible el celibato y máximamente la virginidad   67        1077     1166     1253     1349     1975     2374

Los fines del matrimonio son la generación de la prole,
la ayuda mutua de los cónyuges y el remedio de la concupiscencia
S. Epifanio, cerca 315 – 403
Contra el hereje Panario, 374 - 377
1094    Herejía 51, c. 30. En Caná de Galilea fueron celebradas unas nupcias con gran solemnidad, y el agua verdaderamente llegó a ser vino elegido convenientemente por dos razones: para que la libido dispersa de los hombres furiosos en el mundo sea contenida en la castidad y la honestidad de las nupcias, y para que se enmiende lo que falta y se ablande con la suavidad de la gracia y del vino más ameno; y también para cerrar las bocas de aquellos que se han levantado contra el Señor, para que Él mismo sea declarado Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo.
S. Agustín, 354 – 430
Sobre el bien conyugal, 400 / 401
1640     C. 3 n. 3. Acerca del bien del matrimonio, que también el Señor en el evangelio confirmó, no sólo porque prohibió expulsar a la esposa salvo el caso de fornicación [Mt. 19, 9], sino también porque fue invitado a las nupcias [Jn. 2, 2], se busca la razón por la que sea merecedor del bien. Lo que para mí no parece por la sola procreación de la prole, sino también a causa de la misma sociedad natural en diverso sexo… Contienen también el bien conyugal, porque la continencia carnal o juvenil, aunque sea viciosa, se vuelve honesta para la propagación de la prole, para que la cópula conyugal realice buena a la unión desde la maldad de la libido.
1642    C. 24, n. 32. El bien de las nupcias para todas las naciones y para todos los hombres está en la causa de la generación y en la fe de la castidad; pues lo que pertenece al pueblo de Dios, y a la santidad del sacramento, por el cual va contra el orden establecido también el repudio del alejado para contraer nupcias con otro, mientras vive su esposo, ni siquiera por la misma causa de la generación; la cual como sea única la causa por la cual las bodas se realizan, ni siquiera con la misma cosa no subsiguiente por la cual se realiza se desata el vínculo nupcial sino sólo con la muerte del cónyuge. De la misma manera se realiza la ordenación del clero para congregar al pueblo, aun cuando no se siga luego la congregación del pueblo, permanece sin embargo en aquellos ordenados al sacramento de la ordenación, y si por alguna culpa alguno es removido de su oficio, no carecerá con el sacramento del Señor impuesto de una vez para siempre, cuanto quiera que permanece hasta el juicio.
Sobre las nupcias y la concupiscencia, 419 / 420
1867     L. I, c. 10, n. 11. Porque realmente no sólo la fecundidad, cuyo fruto es la prole, ni tampoco sólo la castidad, cuyo vínculo es la fe, sino también el verdadero sacramento de las nupcias es encomendado a los fieles cónyuges, de donde dice el Apóstol: “Maridos, amad a vuestras mujeres, como también Cristo ama a la Iglesia” [Ef. 5, 25]; lejos de dudas, es la realidad de este sacramento, en cuanto que el varón y la mujer unidos en matrimonio mientras viven perseveran unidos inseparablemente, y no le es lícito, excepto en caso de fornicación, a un cónyuge separarse de otro [Mt. 5, 32]… Lo que si alguno lo hizo, no con la ley de este mundo, es concedido sin crimen con la intervención del repudio con otros unirse a otros matrimonios, lo que también el Señor ha testificado al santo Moisés que permitiera a los israelitas, a causa de la dureza de sus corazones, aunque con la ley del Evangelio es reo de adulterio, como también aquella que se casa con otro [Mt. 19, 8-9]… Así permanece entre los vivientes tal bien conyugal, que ni la separación ni con otra cópula puede ser arrancada. Y permanece la pena de la culpa, no el vínculo de la ley; del mismo modo que el alma del apóstata, alejándose del yugo de Cristo, incluso con la pérdida de la fe, no pierde el sacramento de la fe, que aceptó con el lavado de la regeneración.
1869     L. I, c. 17, n. 19. Sin embargo, en las nupcias son amados los bienes conyugales: la prole, la fe y el sacramento. Pero la prole, no sólo en cuanto que nazca, sino también para que renazca; pues nace para la pena y renace para la vida. Y la fe, no la que tienen también entre ellos los infieles que celan la carne… Y el sacramento, que no se pierde ni por separados ni por adulterados, que los cónyuges custodian con concordia y castamente.

De qué modo el matrimonio ha quedado inducido por el pecado de Adán
S. Atanasio, 295 – 373
Fragmentos
804       Fragmento en Ps. 50, 7. He aquí que he sido concebido en mis iniquidades, y en pecados me engendró mi madre” ya que lo primero que se arroja de Dios, no en cuanto que naciéramos por el matrimonio y para la corrupción, sino para las nupcias a causa de la transgresión del mandato al cual nos indujo la iniquidad de Adán, esto es, que dada para sí por Dios menospreciase su ley. Pues todos los que llegan a ser desde Adán son concebidos en iniquidades, antepasado caído por su condenación. Y aquel: “Y en pecados me engendró mi madre”, significa que Eva, madre de todos nosotros, primero había concebido el pecado, como estando inclinada a la voluptuosidad.
S. Juan Crisóstomo, 344 – 407
Homilías en el Génesis, 388
1150    Homilía 15, n. 4. Pues tras aquella conversación ocurrió la prevaricación; pues hasta aquélla se movían como si fueran ángeles en el paraíso, no ardiendo en las concupiscencias, no infectados por otras afecciones, no sujetos a las necesidades de la naturaleza, sino enteramente incorruptibles y creados inmortales, donde ni siquiera allí poseían el manto de las vestiduras. Dice: “Estaban, pues, ambos desnudos, pero no se avergonzaban” [Gen. 2, 25]. Pues como el pecado y la prevaricación todavía no estaba presente, ellos estaban vestidos con la gloria, que venía de lo alto; por el contrario, después de la trasgresión del precepto ha entrado tanto la vergüenza como el conocimiento de la desnudez.



[1] Este texto es una pequeña adaptación del que apareció publicado por primera vez en la página Adelante la Fe el día 22 de septiembre de 2015, y puede consultarse aquí.
[2] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 9.
[3] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 8.
[4] Concilio Vaticano I, Sessio III: Const. Dogm. De Fide Catholica, Cap. 2, Denz. 1788.
[5] De viris illustribus, pról.; Epistola 112, 3.
[6] Hay otras dos actualizaciones de las compilaciones de Enrique Denzinger, hechas por Schönmetzer y por Hünermann.
[7] La misma palabra en griego evgceiri,dion quiere decir “manual, libro pequeño”, y “puñal, daga”.
[8] Como no soy experto en lenguas clásicas, pido a todos los lectores la benignidad en sus juicios, y a los peritos la ayuda para mejorar las traducciones defectuosas.

martes, 19 de diciembre de 2017

El sufragio universal




En el artículo anterior hemos hablado de la soberanía, en su concepción católica y liberal. Hemos puesto de manifiesto el origen liberal de la soberanía popular en las ideas falsas de Jean Jacques Rousseau, aunque aún no hemos definido al liberalismo como concepción de la realidad.


“El liberalismo es el movimiento económico, político y religioso que se propone a la Libertad como su ideal, y como el ideal absoluto de la Humanidad” 1, según la define el p. Castellani.


El liberalismo ha disuelto el orden natural y sobrenatural, que se concretó admirablemente en la Edad Media, en la que se daba al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (cf. Mt. 22, 21). Primero ha buscado la separación entre Iglesia y Estado, proclamando que la fe debe ser vivida en el ámbito privado. Luego fue contra el orden natural, negando las jerarquías naturales que existen. De este modo, las corporaciones, que existían desde la Edad Media, quedaron abolidas por obra de la Revolución Francesa. Al disolver los vínculos naturales que se formaban en el ámbito político y económico que daban origen en el ámbito político – social a que las familias se agruparan en municipios, y luego éstos en familias o regiones, y por último éstas en naciones, y en el ámbito económico – social a que los talleres se agruparan en corporaciones, éstas en cuerpos profesionales o gremiales, y éstos por último en las mismas naciones 2; no pudo más que imponer su propia ideología como forma de asociación: los partidos políticos, que según el lugar en el que se ubicaran en el Parlamento, eran llamados de centro, de izquierda o de derecha. 

De este modo el liberalismo ha impuesto la atomización de la sociedad, el individualismo, “un conjunto de individuos sin vínculos sociales” 3 naturales, trastocándolos ideológicamente por otros artificiales.

Por la misma razón, por dividir la sociedad y no poder distinguir según sus propias esencias las jerarquías naturales que existen, el liberalismo es incapaz de dar una respuesta satisfactoria a la siempre actual cuestión judía y a la que existe ahora recrudecida: la cuestión islámica.

Como consecuencia necesaria, luego de destruir el orden social, el liberalismo no puede más que atacar también a la familia. Por esto, luego del divorcio en los países infectados por esta peste se va infiltrando el aborto, el pseudo matrimonio homosexual, la eutanasia como libertad para elegir morir (eso sí, sin dolor), etc. Recordemos al menos al pasar que la Rusia comunista fue la primera en proclamar el amor libre y el aborto: su oposición con el liberalismo es sólo aparente, pues ambas tienen una concepción materialista de la realidad, y por ende, de la política.

“El Liberalismo del siglo pasado enarboló la bandera de la Libertad y arruinó las libertades, que son la única verdadera Libertad que existe; pues existe también una falsa libertad que es fomentada por el liberalismo; la cual es a la verdadera libertad lo que la demagogia y el democratismo son a la democracia; el filosofismo, a la filosofía; la sofística, a la Sofía; y la superstición y la herejía, a la Religión. Es decir, es peor que ignorancia, es peor que mentira, es confusión.” 4

“La sociedad liberal (desatando al hombre de los vínculos que lo protegían) lo esclavizó en lo religioso a las divinidades de la Ciencia, del Progreso, de la Democracia [y de la libertad de cultos, podríamos agregar]; en lo intelectual, sometiéndolo a los mitos del materialismo evolucionista; en lo moral al sentimiento romántico; en lo económico, al despotismo del dinero; en lo político, a la jerarquía de los más bribones.” 5

Este individualismo genera necesariamente la nivelación por lo inferior, no por la ciencia sino por la ignorancia, no por la virtud sino por la mediocridad. De este modo el pueblo es tratado como plebe, al cual hay que satisfacerle sus caprichos del momento, sus necesidades inmediatas, y no buscar el bien común, que ha de ser necesariamente el fin de toda sociedad. La masa debe estar contenta con sus autoridades, para que luego las reelijan en sus cargos.

Al ser un mito la voluntad popular, entonces para darle forma “se excogita el sufragio universal (una computación aritmética de voluntades) para imprimir un impulso a esta plebe indiferenciada: Democratismo.” 6

Hecha esta introducción, para ver que necesariamente el liberalismo sostiene el democratismo y el individualismo, vamos a recordar la enseñanza al respecto del p. Julio Meinvielle: “Nada más deplorable, en cambio, y opuesto al bien común de la nación, que la representación a base del sufragio universal. Porque el sufragio universal es injusto, incompetente, corruptor.” 7

Estos son los tres términos por los cuales va a juzgar al sufragio universal: 

“Injusto, pues niega por su naturaleza la estructuración de la nación en unidades sociales (familia, taller, corporación); organiza numéricamente hechos vitales humanos que se substraen a la ley del número; se funda en la igualdad de los derechos cuando la ley natural impone derechos desiguales: no puede ser igual el derecho del padre y del hijo, el del maestro y el del alumno, el del sabio y el del ignorante, el del honrado y el del ladrón. La igual proporción, en cambio –esto es la justicia– exige que a derechos desiguales se impongan obligaciones desiguales.” 8

Niega que en razón de nuestro principio haya quienes les debamos más de lo que somos. Por esto el Angélico ubica las virtudes de la religión y de la piedad (donde se incluye al patriotismo) en las partes potenciales de la justicia, esto es, en este caso, a quienes se les debe más de lo que uno es, en razón de ser causa de nuestro propio ser. Por eso, luego de Dios, “aunque de modo secundario, nuestros padres, de quienes nacimos, y la patria, en que nos criamos, son principio de nuestro ser y gobierno. Y por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es a quien más debemos… En el culto a los padres se incluye el de todos los consanguíneos… Y en el culto a la patria va implícito el de los conciudadanos y el de todos los amigos de la patria.” 9 Niega además que existan diferencias entre los seres humanos, no por naturaleza (porque todos tienen la misma especie humana), sino en razón de la virtud o de la ciencia, que constituye una segunda naturaleza. Así dice nuevamente el Doctor Angélico: “Tampoco pueden los hombres recompensar con premios equivalentes la virtud.” 10


Esto lo explica el Dr. Antonio Caponnetto citando a Víctor Bouillon 11: “El pueblo al que podría eventualmente conferírsele este derecho – y esto es lo que especifica Bouillon con una notable profusión de textos tomistas – son “los ciudadanos simpliciter, los que pueden cumplir con los actos del ciudadano, por ejemplo, dar un consejo o dictar una sentencia”, y no “los ciudadanos secundum quid, que no son aptos para ejercer un poder cualquiera en las cosas que se refieren al bien común”. Unos y otros – especialmente lo recalca el Aquinate – son iguales “en lo que se refiere a la gracia de Dios”, pero no son políticamente iguales. “Todo el mundo no es igualmente ciudadano, porque todo el mundo no es igualmente apto para ocuparse de la cosa pública. Es necesario ser capaz de un consejo, de un consejo prudencial en el Estado […] de un cierto grado de honor para procurar el bien común”, porque “si los hombres son iguales espiritualmente [poseen la igualdad delante de Dios] no lo son social ni políticamente. Existen desigualdades naturales o adquiridas que afectan su valor social, haciéndolos desigualmente aptos para procurar el bien común.” 12

Por lo tanto, frente a ellos, que por alguna razón son más excelentes que otros, no se les debe la justicia conmutativa, sino la justicia distributiva, en razón de su preeminencia.

Por el contrario, en el democratismo la cualidad (pues eso es un hábito) queda reducida a la cantidad. Esto mismo dice Jordán Bruno Genta: “La primera etapa en la realización del socialismo es la instauración de la ficticia Soberanía Popular, en lugar de la real Soberanía Nacional. Se trata de la reducción de todos los ciudadanos a la igualdad política; igualdad abstracta de los unos indiferentes que se cuentan numéricamente. Nadie es quien ni vale según su función y su responsabilidad; es nada más que «un uno igual a otro uno» en la boleta del Sufragio Universal. Se trata de la más abstracta resolución de la calidad en la pura cantidad; el virtuoso es igual al vicioso, el sabio es igual al necio.” 13

Sigamos con el p. Meinvielle: “Incompetente [es el sufragio universal], por parte del elector, pues éste con su voto resuelve los más trascendentales y difíciles problemas religiosos, políticos, educacionales, económicos. De parte de los ungidos con veredicto popular, porque se les da carta blanca para tratar y resolver todos los problemas posibles y, en segundo lugar, porque tienen que ser elegidos, de ordinario, los más hábiles para seducir a las masas, o sea los más incapaces intelectual y moralmente.” 14

Como dijimos anteriormente, la soberanía de cada país es relativa, dado que no puede oponerse a la soberanía absoluta de Dios. No puede modificar la naturaleza de las cosas, como la de la familia o la de las corporaciones, transformando algo de bueno en malo, o viceversa. Pero en general no sucede así: los elegidos se creen con el derecho de tratar todos los temas posibles, imponiendo gradualmente la destrucción de las buenas costumbres. Estos son los valores no negociables, “como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas”, como afirmó el Papa Benedicto XVI 15, a los que ningún ser humano puede dejar de promover en todas sus formas. A esto, el cristiano debe agregarle la profesión pública de su fe católica en todas las circunstancias, sin la cual no existe el bien, ni siquiera en el orden natural (pues sin la revelación sobrenatural, en la que se nos dan a conocer también preceptos de índole natural, las leyes naturales serían conocidas por “pocos, y después de mucho tiempo, y con muchos errores” 16).

Esta situación se encuentra agravada por la elección de los más hábiles para seducir o más incapaces desde el punto de vista moral. A esto hay que agregarle la actual corrupción de los medios de comunicación social, manejados por la plutocracia, que manejan fácilmente la opinión pública, imponiendo clichés o formas de pensar contrarias a la visión cristiana de la realidad. Por lo tanto, el “Imperialismo Internacional del Dinero” 17 termina imponiendo, tarde o temprano, su ideología, máxime que coaccionan muchas veces a los países con políticas a cambio de su dinero sucio. 

Por esto decía Jordán Bruno Genta: “Se está convirtiendo al país en un paralítico para terminar derribándolo de un puñetazo. Y sobre las ruinas no va a levantarse el paraíso terrenal, sino el infierno comunista, que lo mismo llega por la vía del Terror sistemático como por la vía democrática del Sufragio Universal.” 18

Retomamos con el texto del p. Meinvielle, a quien estamos comentando: “Corruptor [es el sufragio universal], porque crea los partidos políticos con sus secuelas de comités, esto es, oficinas de explotación del voto; donde, como es de imaginar, el voto se oferta al mejor postor, quien no puede ser sino el más corruptor y el más corrompido. Además, como las masas no pueden votar por lo que no conocen, el sufragio universal demanda el montaje de poderosas máquinas de propaganda con sus ingentes gastos. A nadie se le oculta que a costa del erario público se contraen compromisos y se realiza la propaganda.

Tan decisiva es la corrupción de la política por efecto del sufragio universal, que una persona honrada no puede dedicarse a ella sino vendiendo su honradez; hecho tanto más grave si recordamos que, según Santo Tomás, un gobernante no puede regir bien la sociedad si no es “simpliciter bonus”, absolutamente bueno 19.

El sufragio universal crea los parlamentos, que son Consejos donde la incompetencia resuelve todos los problemas posibles, dándoles siempre aquella solución que ha de surtir mejor efecto de conquista electoral. En las pretendidas democracias modernas (en realidad no existe hoy ningún gobierno puramente democrático, según se expondrá más adelante), donde el sufragio universal es el gran instrumento de acción, los legisladores tienen por misión preferente abrir y ampliar los diques de la corrupción popular.” 20

La democracia se transforma necesariamente en partidocracia, en la que se promueven a los incapaces. Y el mismo sistema crea el parlamentarismo, donde se sostiene que todo se puede resolver con diálogo y consenso, y no con el imperio de la verdad.

Dice el Dr. Antonio Caponnetto ilustrando estos conceptos: “Los partidos políticos no representan al pueblo, ni lo que el pueblo pudiera hacer a través de ellos debe considerarse verdadera participación política. Porque de las formas graduales y concretas, jerárquicas y orgánicas de participar que tenía previstas la sociedad cristiana, a la participación actual mediante el voto, las asambleas comiteriles o las movilizaciones masificantes, existe la misma distancia que media entre lo genuino y lo paródico o entre lo auténtico y lo apócrifo… Los partidos políticos, al nacer y crecer en la discordia, se configuran como causa deficiente del orden social; esto es, como aquello que la disgrega, disyunta y desvincula, conduciéndola incluso a su misma extinción… Sobredimensionados e hipertrofiados deliberadamente por la Revolución, con el expreso objeto de tumbar el ordenamiento institucional cristiano, los partidos empezaron por convertirse en terribles medios aptos para asaltar el poder, pero terminaron monopolizando despóticamente la representatividad y la participación política, hasta alcanzar hoy, de hecho, el rango de fines en sí mismos.” 21

Esto mismo que ocurre en los partidos políticos es lo que sucede en los parlamentos. Se discute de todos los temas posibles, como si todos tuvieran la misma importancia, trastocando la constitución más íntima de la sociedad. De este modo, el parlamentarismo cae en el democratismo, siendo ambos deudores del relativismo: todo puede modificarse por el consenso y la mayoría. Por el contrario, como enseña el p. Meinvielle, “lo que sin duda ha de reconocérsele [a Charles Maurras] es que antes de que se haga intervenir la voluntad libre de los hombres en el arreglo de las sociedades humanas existe una estructura, determinada por la misma naturaleza del hombre y de la sociedad, que exige que la sociedad haya de orientarse hacia el bien común y que haya de estar condicionada de una manera determinada bien precisa. […] Esta concepción de una política fundada en la estabilidad de instituciones naturales ofrece una garantía contra el liberalismo y contra el socialismo.” 22

A su vez, a este parlamentarismo se llega como consecuencia natural del constitucionalismo moderno. Nos explica el Dr. Antonio Caponnetto: “Tradicionalmente hablando, una Constitución no era una lista de hechos legales o ilegales, permitidos o prohibidos, ni un repertorio de normas positivas catalogadas en un cuadernillo. La Constitución de la polis, enseñaba Aristóteles, era la efectiva forma de ser de esa polis; por eso, jamás se le hubiera ocurrido imitar o copiar la constitución de una de ellas para aplicarla insensatamente a otra. En tanto forma resultaba algo inherente a determinada materia, personal e irrepetible, identificatoria. Las leyes y las costumbres seculares, ancladas y enraizadas en el derecho divino, y portadoras de un eco y de una resonancia de eternidad, eran superiores a las leyes circunstanciales y revocables. Y esa legislación trascendente estaba en la base del ordo civitatis, como diría después Santo Tomás de Aquino. […] El constitucionalismo moderno no es otra cosa, entonces, que el liberalismo llevado al terreno jurídico. Importan las garantías individuales, las autonomías funcionales de cada poder; los derechos subjetivos, las libertades irrestrictas, el parlamentarismo como expresión de la voluntad popular de los supuestos representados, pero el Derecho se desnaturaliza y desacraliza y el Ordo Civitatis es reemplazado por un simple código escrito conteniendo normas eventuales. «El horizonte, el cielo que informa a las constituciones liberales, está marcado por la Ilustración, por el Iluminismo. De allí la neutralidad y el agnosticismo esencial de casi todas ellas […] Un largo proceso de desnaturalización del derecho, bajo el tamiz del racionalismo, ha hecho que la ley hoy día se considere justa en la exacta medida en que cumpla con ese iter legis, con esa formalidad parlamentaria, sin importar su contenido».” 23

El constitucionalismo así entendido tuvo su origen en la Revolución Francesa. Por eso escribió Jordán Bruno Genta: “La Soberanía política de la nación cuyo ejercicio hace posible el servicio al Bien Común, no se funda en los derechos del hombre y del ciudadano, ni en el sufragio universal, sino en la manifestación más pura y más elevada de la persona humana, que es el sacrificio.” 24 Por oposición, esto mismo decían Marx y Engels: “Es obvio que la democracia basada en el sufragio universal o soberanía popular es el medio eficaz para promover la subversión legal.” 25

Por último, termina diciendo este gran sacerdote argentino: “Hay quienes pretenden salvar el sufragio universal, y su corolario, el parlamento, imputando a los hombres y no a estas instituciones, los vicios que se observan. Pero no advierten que los vicios indicados les son inherentes, y es en ellas donde reside el principio de corrupción de las costumbres políticas. El individualismo, que es la esencia del sufragio universal, arranca de la materia, signada por la cantidad, y la materia, erigida en expresión de discernimiento, disuelve, destruye, corrompe, porque la bondad adviene siempre a las cosas por la vía de la forma, según los grandes principios de la metafísica tomista.

Fácil sería demostrar que los descalabros de la política moderna son consecuencia de considerar toda cuestión bajo el signo de la materia.” 26

De este modo, anticipadamente, el p. Meinvielle responde a las objeciones de fondo, como por ejemplo a los que sostienen que la democracia se cura con más democracia. Creen que el error se debe a las personas, y no a las instituciones. Pero “los vicios indicados les son inherentes” y allí “reside el principio de corrupción de las costumbres políticas”. Las soluciones integrales y verdaderas vendrán no mágicamente por una elección, sino cuando se respete el orden natural abierto al único Dios verdadero entre las familias y las corporaciones.

Como dice el p. Julio Meinvielle: “Estos católicos que suelen sentir sus entrañas devoradas por una incoercible necesidad de acción, deben primero ante todo, poner orden en sus ideas” 27. También lo mismo sostiene el p. Castellani: “Ha sido siempre el error del Nacionalismo, querer arreglar al país en seguida o a corto plazo: está demasiado embrollado para eso, hay que tener paciencia; no podemos cambiar de golpe el juego tramposo, pero podemos cada uno en su lugar hacer Verdad, como dicen en Cataluña a los chicos cuando salen de casa “fa bontat”, haz bondad: dar verdad es la mayor bondad, “la caridad de la Verdad”, dice San Pablo. En España durante un siglo que duró el dominio del liberalismo nunca faltaron hombres, desde Donoso Cortés hasta Ramiro de Maeztu, que hicieron Verdad, o sea, dieron testimonio; y España venció al liberalismo [con el Gral. Francisco Franco, pues en esta época lo escribe].” 28 Lo mismo sostiene Jordán Bruno Genta: “No es prudente, ni sensato, ni razonable, creer que se puede llegar a restaurar la Patria y el mundo en Cristo por la vía democrática y burguesa del Sufragio Universal. Más bien, es imprudente, insensato y absurdo, porque ya nos lo anticipó el propio Marx: «El Sufragio Universal es el grandímetro de la madurez del proletariado».” 29

Por principio filosófico, se puede concluir fácilmente la corrupción del sufragio universal, por provenir de la materia.

En efecto, la cantidad es el “primer accidente del ente corpóreo, derivado de su materia”, y la cualidad “el accidente que modifica intrínsecamente a la sustancia en sí misma”, y lo hace en relación con la propia forma sustancial, según las cuasidefiniciones clásicas de estos predicamentos.

Por otra parte, “forma dat esse”: “la forma da el acto de ser”, el cual es el origen de toda perfección en el ente. Todo lo demás se comporta como potencia, y por lo tanto, como algo imperfecto.

Además, no hay nada más potencial en el universo que la materia prima, la cual no puede darse en la realidad si no está unida a la forma sustancial.

Por lo tanto, el sufragio universal en lugar de asimilar por lo más elevado, la cualidad, que deriva de la forma, por la que proviene el acto de ser, origen de toda perfección en el concreto subsistente, asimila todo por la cantidad, la cual proviene de la materia prima, que es lo más potencial en el universo. Al realizar esta inversión de lo existente no puede abrirse a la trascendencia divina, de la cual el acto de ser es un reflejo en cada ente, sino a la pura inmanencia. Concluimos, por tanto, con el p. Meinvielle: “Como, por otra parte, lo más opuesto a Dios es el diablo, que es Dios al revés, la materia tiene conexiones necesarias con el diablo, y por lo mismo con el anticristo, que es el diablo encarnado; y por lo mismo con todos los grupos y sectas humanas que trabajan sistemáticamente por la entronización del anticristo en la tierra; y con la Revolución, que es el proceso continuado para verificar esta entronización. […] Son exactísimas, entonces, estas igualdades: comunismo – materialismo – liberalismo – democracia – dictadura de la plebe – tiranía del número – satanismo – anticristo – masonería – Revolución.” 30

En otra obra el Prof. Genta nos dice: “El Nacionalismo jerárquico propone una representación natural consciente y responsable en base al criterio de profesión y de vecindad, frente al Sufragio universal antinatural, inconsciente e irresponsable. Claro está que esta construcción nacionalista y corporativa del Estado, exige un proceso de organización gradual y de ajustadas integraciones. No puede ser como las Constituciones liberales, al modo de la Constitución nacional de 1853, prefabricada de antemano, acabada en todas sus partes y rígida en su estructura. No puede proyectarse al margen de la realidad, ni ser copia más o menos literal de una Constitución extranjera, para evitar el funesto desencuentro entre el estatuto jurídico y el ser nacional.

Se requiere un cambio de mentalidad y de costumbres, a través del retorno a los principios superiores que nos dieron el ser. Se requiere la superación de las ideologías que confunden la mente y envenenan el corazón de los argentinos. Se requiere terminar con las especulaciones, las expoliaciones y con toda forma de explotación financiera de la Nación y de las personas.” 31

Por el contrario, la democracia termina endiosada, como lo único posible para el mundo, incluso para el cristiano. “En lugar del misterio de la Santísima Trinidad, el hombre moderno confiesa la trilogía de negaciones dialécticas (libertad, igualdad, fraternidad) en que se funda la religión civil de la Democracia. […] Es un ideal y estilo de vida que algunos filósofos católicos como Maritain no vacilan en proclamar como «el ideal de la Cristiandad».

Esta democracia exaltada idolátricamente como la nueva divinidad es el camino que lleva, quieras que no, por la vía pacífica del sufragio universal o por la violencia revolucionaria, hacia el Comunismo.” 32

La conjunción de todos los poderes de este mundo llegará a su cúspide cuando ellos mismos le entreguen su poder a la Bestia final, y todos luchen contra el Rey de reyes y el Señor de señores (cf. Apoc. 17, 12-13; 19, 19-20). Así también lo enseña el Prof. Genta: “La coexistencia pacífica entre la plutocracia y el comunismo, así como el plan en marcha para el gobierno mundial de la Sinarquía, son la mejor ilustración acerca de la vigencia del Reino del Anticristo.” 33

En los diez reyes que anteceden a la Bestia final ven los Santos Padres una imagen de la democracia, que antecederá a un gobierno imperial universal. Así concluye el Card. Newman: “Hipólito, dice expresamente que los diez estados que entonces aparecerán, aunque reinos, son también democracias 34. Considero esto digno de ser destacado, dado que el presente estado del mundo, la tendencia general hacia la democracia, y el ejemplo de la misma que nos fue dado en Francia […] «El sistema de Augusto, quien fue el fundador del Imperio romano, será adoptado y establecido por él [el Anticristo] para su propio engrandecimiento y gloria.»” 35

Esta es la imagen que aparece del Anticristo en la literatura religiosa, por ejemplo, en Roberto Hugo Benson 36: “El autor contempla la transformación del humanitarismo moderno en una religión positiva que en aquel su tiempo, año 1910, proponía el entonces líder socialista Gustavo Hervé, discípulo de Augusto Compte; y prolongando las líneas de la apostasía contemporánea, la encarna en un misterioso plebeyo de grandeza satánica, Juliano Felsenburg, orador, lingüista, estadista, quien consigue encaramarse fulgurantemente sobre el trono del mundo con el título de Presidente de Europa.” 37 El Anticristo será pacifista y democrático, aprobado por el mundo, y cruelmente perseguidor a aquellos que defiendan el orden sobrenatural, bajo capa de “derechos humanos”.

La única opción para el cristiano es optar por la Realeza Social de nuestro Señor Jesucristo. Como escribió el Dr. Caponnetto: “En nuestro país, para ser concretos, los supuestos católicos lanzados a fundar partidos políticos, sean de cuño liberal o pretendidamente nacionalistas, y aún muchos de aquellos que aún no atinan a integrarse a la partidocracia, callan la gran cuestión de la Realeza Social de Jesucristo, a la par que prefieren aclarar que no mezclan política con la religión, que no son confesionales, y que están políticamente potabilizados con los hombres de otras creencias para forjar la sociedad abierta. […] Ninguna mención al omnia instaurare in Christo. Ninguna alusión a la ley regia. Ninguna promesa de combatir paulinamente para que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. Ninguna convicción de que la soberanía social de Jesucristo es el punto hegemónico, nuclear y basal de la acción política de un católico. […] Sostener sin ambages que la política es un modo de apostolado, confesional y militante, cuyo norte irrenunciable es la Principalía del Redentor, abatiendo a sus enemigos, eso nunca. […] Mencionar enfáticamente, como lo hace Pío XI, que existe una reyecía de Satán, con sus acólitos claramente enrolados en la masonería y el judaísmo, a quienes tenemos la obligación moral de enfrentar sirviendo a la Reyecía de la Luz, con nuestra acción política contrarrevolucionaria, tampoco. […] Quienes lo proponemos somos acusados de impolíticos, de piantavotos, de angelistas, y de entreverar las cosas terrenas con las celestes. Tras las acusaciones de estos sedicentes católicos, lo sepan o no, está la doctrina protestante de la disolución de la Cristiandad.” 38




1 P. Leonardo Castellani, Esencia del liberalismo, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Bs As, 1976, p. 135. Aunque, como el mismo p. Castellani dice, “esta definición no sirve, porque pivota sobre la palabra libertad”, sin embargo nos da una idea aproximada de esta herejía.

2 Menos aún hablar de regímenes corporativos (que “quiere promover la organización de todas las fuerzas sociales”, según la explicación del p. Julio Meinvielle en Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 96) y de representaciones profesionales.

3 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 91.

4 P. Leonardo Castellani, Esencia del liberalismo, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 134.

5 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 91-92.

6 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 91.

7 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 98.

8 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 98.

9 Santo Tomás, II – II, 101, 1 c.

10 Santo Tomás, II – II, 80, 1 c.

11 Víctor Bouillon, La Política de Santo Tomás, Nuevo Orden, Bs As, 1965, p. 102-105.

12 Dr. Antonio Caponnetto, La Perversión Democrática, Edit. Santiago Apóstol, 2008, p. 193.

13 Jordán Bruno Genta, Opción Política del Cristiano, Ediciones REX, Bs As, 1997, p. 111.

14 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 99.

15 Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 22 de febrero de 2007, n. 83.

16 Santo Tomás, I, 1, 1 c.

17 Pío XI, Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, n. 109.

18 Jordán Bruno Genta, Seguridad y Desarrollo, Editorial Cultura Argentina, Bs As, 1970, p. 112.

19 Cf. Santo Tomás, I – II, q. 82, a. 2 ad 3.

20 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 99.

21 Dr. Antonio Caponnetto, La Perversión Democrática, Edit. Santiago Apóstol, 2008, p. 108. 109.

22 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 187.

23 Dr. Antonio Caponnetto, La Perversión Democrática, Edit. Santiago Apóstol, 2008, p. 91. 92. El último entrecomillado es una cita de Horacio Sánchez Parodi, El Liberalismo Político, Centro de Formación San Roberto Belarmino, Bs As, 1993, p.137.

24 Jordán Bruno Genta, Opción Política del Cristiano, Ediciones REX, Bs As, 1997, p. 36.

25 Marx – Engels, Manifiesto Comunista, citado por Jordán Bruno Genta, Guerra Contrarrevolucionaria, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Bs As, 1976, p. 404.

26 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 99-100.

27 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 64.

28 P. Leonardo Castellani, Esencia del liberalismo, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 133.

29 Jordán Bruno Genta, Guerra Contrarrevolucionaria, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Bs As, 1976, p. 504. La obra citada de Marx se llama Orígenes de la Familia.

30 P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 178.

31 Jordán Bruno Genta, El Nacionalismo Argentino, Edit. Cultura Argentina, Bs As, 1972, p. 97.

32 Jordán Bruno Genta, Guerra Contrarrevolucionaria, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, Bs As, 1976, p. 380-381.

33 Jordán Bruno Genta, El Nacionalismo Argentino, Edit. Cultura Argentina, Bs As, 1972, p. 47.

34 S. Hipólito, De Antichristo, n. 27.

35 Card. John H. Newman, Cuatro Sermones sobre el Anticristo, Pórtico, 2006, p. 56. La última cita pertenece a la misma obra de S. Hipólito (De Antichristo, n. 27).

36 Roberto Hugo Benson, Señor del Mundo, Librería Córdoba, Bs As, 2004.

37 P. Leonardo Castellani, Cristo ¿vuelve o no vuelve?, Vórtice, Bs As, 2004, p. 44.

38 Dr. Antonio Caponnetto, La Perversión Democrática, Edit. Santiago Apóstol, 2008, p. 131-132.

lunes, 11 de diciembre de 2017

La Soberanía


La soberanía[1] es “la facultad que compete a toda la sociedad, plenamente suficiente en el ámbito de lo temporal, de procurar eficazmente su propio bien.”[2]
Al ser un derecho natural, la soberanía tiene a Dios por autor: “Omnis potestas a Deo”: “Toda potestad proviene de Dios” (Rom. 13, 1)[3].
Como afirma magisterialmente el Papa León XIII: “En lo tocante al origen del poder político, la Iglesia enseña rectamente que el poder viene de Dios. Así lo encuentra la Iglesia claramente atestiguado en las Sagradas Escrituras y en los monumentos de la antigüedad cristiana. Pero, además, no puede pensarse doctrina alguna que sea más conveniente a la razón o más conforme al bien de los gobernantes y de los pueblos.”[4]
Más adelante, este sabio Pontífice nos agrega elementos de la Patrística para demostrar también esta enseñanza:Los Padres de la Iglesia procuraron con toda diligencia afirmar y propagar esta misma doctrina, en la que habían sido enseñados. «No atribuyamos —dice San Agustín— sino a sólo Dios verdadero la potestad de dar el reino y el poder»[5]. San Juan Crisóstomo reitera la misma enseñanza: «Que haya principados y que unos manden y otros sean súbditos, no sucede el acaso y temerariamente..., sino por divina sabiduría»[6]. Lo mismo atestiguó San Gregorio Magno con estas palabras: «Confesamos que el poder les viene del cielo a los emperadores y reyes»[7].”[8]
El hombre necesariamente debe vivir en sociedad, porque solamente así desarrollará sus potencialidades, las cuales si no quedarán sin capacidad de dar frutos de modo total. Ejemplo de ello es el lenguaje: sin los demás seres humanos, el hombre jamás aprendería un idioma. Y su “lengua materna” será aquello que haya aprendido desde niño, configurando incluso su forma mental.
Por esto explica santo Tomás: “Si es natural al hombre que viva en sociedad con otros, es necesario que alguien rija la multitud.”[9] Por lo tanto, la existencia de la autoridad en una sociedad pertenece a la ley natural.
De este modo, la soberanía política, en su esencia y funciones, aparece limitada por este mismo bien común temporal. Por lo tanto, no puede no buscarlo como fin propio, con apertura al bien común trascendente de toda sociedad, que es Dios.
Comporta además la facultad de imponer ordenaciones razonables a los súbditos hacia el bien común. Por esto incluye la potestad de legislar, juzgar y castigar a sus miembros para hacerles realizar el bien colectivo.
Como contraparte, el hombre debe obedecer sus rectos ordenamientos, esto es sus leyes justas. A cada hombre “su razón le impone el orden y el orden exige que el hombre obedezca a sus progenitores y se someta al supremo procurador del bien de la ciudad”.[10] Por lo tanto, si se llegase a mandar algo que está más allá de su poder, cada persona tiene el deber de oponerse, al no buscar ni el bien común temporal ni el bien trascendente, que no es otro más que el de buscar incesantemente la edificación de la ciudad cristiana. Como consecuencia, la obediencia no es una virtud teologal. “Digo esto, porque hay una tendencia en nuestros días a falsear la virtud de la obediencia, como si fuera la primera de todas y el resumen de todas”[11], escribe el p. Castellani. En esto nos quiere decir que no es un absoluto intangible por la cual haya que traicionar el ejercicio de las principales virtudes, como la fe, la esperanza y la caridad, sólo para realizar lo mandado. Por lo tanto es falso el argumento, por ejemplo, de Luigi Sturzo, que sostiene al aprobar, por ejemplo, el divorcio: “Si bien es una ley injusta que niega a Dios y al orden natural, desde el punto de vista de la legalidad material, la misma voluntad soberana que la ha querido debe ser la que la suprima.”[12] Dicha ley, como dice santo Tomás, más que ley es un acto de violencia, y por ende hay obligación de no acatarla, pues “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5, 29)[13].
“De ahí que la doctrina católica, al afirmar el carácter divino de la soberanía, lejos de destruirla, la funda y la hace benéfica; porque si la soberanía no viene de Dios, la soberanía no existe.”[14]
La soberanía es un elemento esencial que constituye una comunidad política, la cual tiene sólo un poder relativo. Como escribe el p. Julio Meinvielle: “La comunidad social es la causa próxima que concreta esta determinada sociedad política y este determinado poder en cuanto ella fija la causa material (qué familias y cuántas) y la causa formal (qué especie de vínculo) de esta sociedad política. La soberanía como tal es conferida inmediatamente por la ley natural o, lo que es lo mismo, por Dios, en cuanto ella exige que haya un poder soberano que rija la comunidad política.”[15] De este modo, no puede la autoridad destruir la causa material, es decir a las familias, como la célula básica de la sociedad. No puede haber “nuevos modelos de familia”, ni tampoco “ampliar” el concepto del matrimonio, ni quitarle la patria potestad a los padres, que tienen por ley natural el derecho primario en su educación, etc. Tampoco puede impedir la causa formal, esto es, el vínculo entre ellos, a través de corporaciones y sociedades intermedias, sino más bien debe fomentar toda asociación que favorezca la adquisición de su propio bien común.
Frente a la doctrina católica sobre la soberanía, el liberalismo hace de ella una fuente ilimitada, absoluta, indivisible, inalienable e imprescriptible de poder del Estado. Como dice Jordán Bruno Genta: “La única soberanía absoluta es la de Dios y todas las otras son por naturaleza relativas y condicionales. Cada vez que alguna de esas soberanías relativas pretenden sustituir a Dios degenera en totalitarismo y en tiranía.”[16]
La filosofía moderna y contemporánea, al negar la posibilidad de que el hombre conozca al ente tal cual es, y los universales como permanentemente válidos para todo tiempo y lugar, y por ende a atomizar el conocimiento fragmentándolo, afirmando que son sólo concretos subsistentes sin capacidad para conocerlos desde el punto de vista metafísico, por ello ha llegado a una infinidad de entes absolutos fabricados por el hombre sin relación entre unos y otros, y sin posibilidad de ver la jerarquización natural de los entes en toda la realidad. Dichos entes absolutos se llaman “Estado, Derecho, Pueblo, Soberanía, Democracia, Libertad, Ciencia, Humanidad, etc.”, cuyo único objeto es “destronar al Único que tiene derecho de reinar con absoluta soberanía sobre todo lo creado”[17]. Todo ello como reducto final del nominalismo filosófico: al negar que existe la realidad en sí misma, entonces el hombre afirma primero que su nombre es una pura convención (nominalismo), para luego asignarle el concepto que le parezca, más allá de la verdad o del bien como una realidad en sí misma (idealismo). Por esto el nominalismo es un voluntarismo: es la voluntad humana la que lo determina, ya sea la mayoría (real o ficticia, como el mito de la soberanía popular), ya sea el poder (por ejemplo, el Imperialismo Internacional del Dinero, en la famosa frase de Pío XI[18]; de las logias; etc.). Esto concluye, por ende, en el totalitarismo y en la tiranía. “El liberalismo desemboca en la anarquía y ésta no es más que la tiranía del desorden.”[19]
La doctrina falsa de la soberanía tiene su origen en el error de Jean Jacques Rousseau que crea el mito de la soberanía popular. Sostiene que todos los hombres son libres e iguales, y que cada uno voluntariamente cercena sus propios derechos al elegir vivir mancomunados en sociedad. Este pacto engendraría la voluntad general revestida de absolutismo, capaz de crear todos los derechos y obligaciones para con sus miembros.
“Esta Voluntad General es la voluntad del pueblo, de la mayoría, de la mitad más uno. La soberanía reside, pues, esencial y absolutamente en el pueblo, en la masa informe de todas las unidades individuales, y tiene como razón de ser: asegurar el máximo de libertad a estas mismas unidades.”[20]
Esta misma enseñanza del p. Meinvielle es la que sostiene el Prof. Genta: “La Soberanía Popular ejercida a través del Sufragio universal comporta, además, una subversión del orden natural por cuanto consagra la primacía  de la cantidad sobre la calidad, o sea la omnipotencia del número.
La democracia fundada en la ficticia soberanía popular, es ilícita, no es más que demagogia.
El cristiano debe rechazar, por errónea y funesta la soberanía popular que usurpa a la real Soberanía de Dios, fundamento último de toda la soberanía humana legítima, comenzando por la Soberanía política de la Nación que nace y se sostiene históricamente por la decisión de las Armas y no de las urnas.”[21]
El error fundamental de esta concepción es creer que el hombre es naturalmente bueno, que carece de pecado original o de sus consecuencias, llamada concupiscencia o fomes peccati. Como enseña Jordán Bruno Genta: “Ocurre que para su uso social y político, la naturaleza humana es íntegra, sana y completa en sí misma, capaz de desarrollar armónicamente sus posibilidades positivas. Al Pecado Original y sus consecuencias penales sobre la naturaleza humana, lo ha dejado el Diablo en el fuero privado de la persona y en el templo. No existe la conciencia de nuestra corrupción y de nuestra impotencia para obrar y para perseverar en el bien, librados a nuestras solas fuerzas. No se tiene en cuenta que el pecado aunque sea expiado por el Redentor, continúa su influencia destructiva en el mundo; de ahí la necesidad permanente de su divina asistencia.”[22]
Subsiste además en ella una concepción maniquea de las cosas. Como lo afirma el p. Castellani: El liberalismo “está basado en una mezcla singular de dos viejísimas y en cierto modo eternas herejías cristianas, el pelagianismo y el maniqueísmo. Negación del Pecado Original por un lado y por otro lado exageración del poder del Mal, un Mal substancial, concreto y absoluto, que realmente no se puede ver de dónde sale […] Para el liberal genuino hay dos campos: el uno de los elegidos en donde no puede caber el mal –que son ellos naturalmente– y el otro de los malos malazos insusceptibles de todo bien.”[23] Quienes luchamos por mantener el orden sobrenatural y natural de las cosas somos el verdadero problema para los liberales coherentes con sus propios principios.
Frente a esta concepción liberal, la doctrina espiritual constante de la Iglesia nos enseña una verdad diametralmente opuesta: “Cum ergo interior affectus noster multum corruptus sit, necesse est, ut actio sequens index carentiae interioris vigoris, corrumpatur”.[24]
De aquí surge la actual concepción del mundo, en el que es más importante la libertad que la verdad. Y, por ende, la necesidad de “crear” nuevos derechos para la masa, cada vez más putrefacta en sus comportamientos.
Como afirma el Cardenal Louis Billot, el liberalismo “aparece impío en sus fundamentos, contradictorio en su concepto, monstruoso en sus consecuencias y completamente quimérico y absurdo. Impío, digo, en los fundamentos, porque del ateísmo se origina, esto es, de la radical negación de la sujeción natural del hombre a Dios y a su ley. Contradictorio en su concepto; porque si la innata libertad del hombre no puede limitarse antes del pacto por ninguna obligación, ni derecho, no aparece por qué pueda enajenarse irrevocablemente, total o parcialmente, en virtud del pacto, ya que, excluida una ley superior que dé firmeza a los pactos y donaciones celebrados entre los hombres, no puede concebirse ninguna estable transferencia de dominio de uno a otro. Monstruoso en sus consecuencias, ya que doblega todas las cosas delante del ídolo de la voluntad general; y en lo que a los hechos se refiere, opone a los demás ciudadanos la violencia desenfrenada y la tiranía de los partidos dominantes. Por fin, completamente ridículo y absurdo, porque asigna a la sociedad un origen quimérico, que está en contradicción con el sentido íntimo, con la historia del género humano y con los hechos más evidentes.”[25]
“La época sombría en cuyas nubes nos vamos internando [decía el p. Meinvielle en 1932… Hoy debemos decir “en la cual ya estamos inmersos”], preñada de hondas y terribles convulsiones, es fruto moderno de aquella semilla de la soberanía popular que cultivó Rousseau, y que hoy conocemos como el dogma intangible de la Democracia… Nos referimos, sí, a la Democracia, vivida y voceada hoy, a esa que no puede escribírsela sino con una descomunal mayúscula, porque se presenta como solución universal de todos los problemas y soluciones. Esa Democracia es el mito rousseauniano de la soberanía popular; es, a saber, de que siempre y en todas partes ha de hacerse lo que el pueblo quiere porque el pueblo es la ley; y el pueblo es la mayoría igualitaria que con su voto lo decide todo, lo mismo lo humano que lo divino, lo que se refiere al orden nacional como al internacional, la santidad del matrimonio como la educación de los hijos, los derechos del Estado lo mismo que la majestad sacrosanta de la Iglesia.”[26]
Esto aparece gráficamente representado en la condena a muerte a Nuestro Señor. Como dice Jordán Bruno Genta: “El poder del número es el poder de la multitud frente a Cristo y a Barrabás. Nunca será otra cosa la soberanía popular que eso. Hasta Pilatos, pobre Pilatos, en un esfuerzo supremo por salvar a Cristo. […] E hizo el ensayo. No me van a negar que fue un ensayo democrático puro, que fue una apelación al sufragio universal. Puso a votación la inocencia, la inocencia aplaudida y celebrada cinco días antes. […] ¿Qué pasó en ese plebiscito?, ¿cuántos votos tuvo Cristo?, ni uno, ni uno sólo, porque si no estaría registrado. Ustedes se dan cuenta de que si alguien hubiera votado por él, los evangelistas, que son los testigos, lo habrían registrado. Cristo no tuvo un solo voto, y la multitud clamó por la liberación de Barrabás y la crucifixión de Cristo. Esos son los frutos podridos de la democracia, del número. Lo mismo ocurrió entonces que ocurre ahora, pero vuelvo a repetirles, no es el poder del número el que decide, es la traición de los responsables, en este caso los altos mandos. Esos son los que entregan a sus propios camaradas al matadero.”[27]
Terminemos esta breve exposición con unas palabras del Dr. Antonio Caponnetto: “Un católico no puede creer en la soberanía popular. Expresa y formalmente condenada en un sinfín de textos pontificios, esta aberración ideológica, que aúna por igual a liberales y a marxistas, es la prueba más radical del destronamiento social de Jesucristo, de la secularización del poder político, del remplazo sacrílego del omni potestas a Deo por el omni potestas a populo, de la subversión del origen de la autoridad y de la rebelión contra la idea misma de toda legitimidad gubernamental. Principio revolucionario por antonomasia, el Magisterio ha protestado siempre su carácter demoníaco, en tanto comporta la proyección social del non serviam de Lucifer.”[28]



[1] Este artículo fue inicialmente publicado en la página Adelante la Fe, el día 24 de julio de 2015, como puede verse aquí.
[2] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 53.
[3] El Papa León XIII cita, además, en Diuturnum Illud Prov. 8, 15-16; Sab. 6, 3-4; Eclo. 17, 14; Jn. 19, 11.
[4] León XIII, Diuturnum Illud, 29 de junio de 1881, n. 5.
[5] San AgustínDe civitate Dei V 21: PL 41,167.
[6] San Juan CrisóstomoIn Epistolam ad Romanos hom.23, 1: PG 60, 615.
[7] San Gregorio MagnoEpístola 11, 61.
[8] León XIII, Diuturnum Illud, 29 de junio de 1881, n. 7.
[9] Santo Tomás, De Regno, Libro I, Cap. I, n. 6.
[10] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 61.
[11] P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Itinerarium, Bs As, 1957, p. 295.
[12] Luigi Sturzo, Fundamentos y caracteres de la Democracia Cristiana, citado por Jordán Bruno Genta, ¿Democracia cristiana o masónica?, Bs As, 1955, p. 12.
[13] Cf. Santo Tomás, I-II, 96, 4 c.
[14] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 62.
[15] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 73.
[16] Jordán Bruno Genta, ¿Democracia cristiana o masónica?, Bs As, 1955, p. 13.
[17] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 55.
[18] Pío XI, Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, n. 109.
[19] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 60.
[20] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 56.
[21] Jordán Bruno Genta, Opción Política del Cristiano, Ediciones REX, Bs As, 1997, p. 77.
[22] Jordán Bruno Genta, ¿Democracia cristiana o masónica?, Bs As, 1955, p. 8.
[23] P. Leonardo Castellani, Esencia del Liberalismo, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. VIII, Bs As, 1976, p. 142. 143.
[24] “Como nuestro afecto interior ha sido corrompido, es necesario que también se corrompa la acción siguiente, que indica la carencia de vigor interior.” (Imitación de Cristo, L. III, cap. 31, n. 4).
[25] Cardenal Louis Billot, De Ecclesia Christi, citado por P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 56-57.
[26] P. Julio Meinvielle, Concepción Católica de la Política, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, t. III, Bs As, 1974, p. 63.
[27] Jordán Bruno Genta, El Asalto Terrorista al Poder, Buen Combate, Bs As, 2014, p. 317.318.
[28] Dr. Antonio Caponnetto, La Perversión Democrática, Edit. Santiago Apóstol, Bs As, 2008, p. 86.